Las fake news (noticias falsas) y la desinformación son fenómenos que han ido creciendo y adquiriendo cada vez mayor relevancia e influencia en la esfera pública (política, social y mediática) paralelamente al desarrollo de las plataformas sociales en Internet.
El término «fake news» (Shashi Jayakumar, Benjamin Ang, Nur Diyanah Anwar, 2021) se ha utilizado para referirse a diferentes conceptos, desde sátiras políticas y parodias de noticias, hasta propaganda de Estado y publicidad engañosa.
Estas definiciones oscilan en torno a dos dimensiones fundamentales:
(i) el nivel de veracidad, y
(ii) la intención real de engañar.
Mientras que las parodias de noticias se basan en relatos inventados e informes ficticios, las sátiras políticas encuentran su fundamento en acontecimientos y temas reales. Las sátiras políticas y las parodias de las noticias utilizan la falsedad con la intención de divertir al público.
En cambio, la propaganda utiliza la falsedad para manipular y engañar a la audiencia. A diferencia de otras formas de desinformación, como los fraudes amorosos y los correos electrónicos de suplantación de identidad (phishing), las fake news se definen como un tipo específico de desinformación: son falsas, pretenden engañar a la audiencia y lo hacen intentando parecer noticias reales.
No obstante, algunos políticos utilizan el término fake news para referirse a noticias reales de organizaciones periodísticas auténticas con cuya cobertura no están de acuerdo o cuyos relatos los colocan en una situación desfavorable.
Desinformación es el término más utilizado hasta hace poco en el discurso político para identificar las cuestiones relativas a la manipulación de la información, proviene de la palabra rusa dezinformatsiya, derivada del nombre de un departamento de propaganda encubierta de la KGB encargado de producir información falsa con la intención de engañar (Serena Giusti, Elisa Piras, 2021). La idea de desinformación se originó en el siglo XVII y por lo general se practica mediante el uso selectivo de la información con el objetivo de producir algunos efectos políticos deseados. Esta clase de propaganda busca manipular o influir en la opinión de los grupos para que apoyen una determinada causa o creencia; a menudo promueve los beneficios y las virtudes de una idea o grupo mientras que, simultáneamente, distorsiona la verdad o suprime el argumento contrario (como ocurrió, por ejemplo, en la Alemania nazi).
Mientras que la desinformación debe entenderse como el producto de la construcción de una falsedad intencionada, la mala información indica una pieza de información incompleta, vaga, equívoca o ambigua. La desinformación puede estar compuesta por hechos mayoritariamente verdaderos, despojados de su contexto o mezclados con falsedades para apoyar el mensaje pretendido.
La UE define la desinformación como «una información demostrablemente falsa o engañosa creada, presentada y divulgada para obtener beneficios económicos o engañar intencionadamente a la población. Puede tener consecuencias de gran envergadura, generar daños públicos, ser una amenaza para la elaboración de políticas y para los procesos democráticos de toma de decisiones».
Aunque la desinformación siempre ha existido, ahora estamos inmersos en una guerra informativa (InfoWar) global, en la que la información verdadera es retada por la mezcla existente de ignorancia e informaciones falsas o erróneas. Así, resulta razonable afirmar que hemos entrado realmente en la Era de la Desinformación. Una era en la que Internet, la autopublicación, los trolls y otros especímenes online han aumentado de forma espectacular el nivel, la amplitud y la velocidad de la desinformación (Thomas Joseph Froehlich, 2020).
La era de la desinformación presenta, al menos, dos dimensiones:
Los desinformados no sólo están desinformados; a menudo afirman que sólo su «información» es verdadera y que las opiniones contrarias deben ser rechazadas.
La era de la desinformación es una época en la que la desinformación, la mentira y la ofuscación están en guerra contra la evidencia y la verdad, al tiempo que el poder y la codicia pretenden encontrar soluciones simplistas (y rentables para sus objetivos) a problemas complejos, sin mostrar la más mínima preocupación por los daños colaterales causados.
La Era de la Desinformación es, en cierta medida, la Era de la Anti-Ilustración. La Ilustración promovió la noción de que el conocimiento se adquiere metódicamente (método científico) y a través de la observación cuidadosa del entorno. Promovió los ideales de la libertad individual, el gobierno constitucional, la separación de la Iglesia y el Estado y la tolerancia religiosa.
Ahora las agendas anticientíficas, como las que niegan el valor de las vacunas o la realidad del cambio climático, y la propaganda antihumanitaria, como la criminalización de todos los inmigrantes, difunden desinformación a través de los medios tradicionales y las redes sociales.
La libertad individual posibilitó el cultivo y arraigo de ideas contrarias a ella susceptibles de ser esgrimidas en su contra, por lo que se puede decir que la Ilustración no ha gozado de éxito absoluto en todos los aspectos.
Por ejemplo, la noción de una razón universal que se aplica por igual a todos los hombres, mujeres y culturas y la radicalización de la libertad individual son problemáticas. La hermana Joan Chittister, una monja benedictina, describe la Ilustración como algo que favorece cada vez más el individualismo radical y denigra el bien común. Con Internet, las teorías radicales han sido abrazadas y amplificadas, seduciendo y aglutinando a los individuos vulnerables como fuerza contra el Bien Común. Sin embargo, es un engaño descartar la razón en favor de una pseudo-racionalidad o de creencias tribales. Las pruebas y los hechos importan.
Lo novedoso en la Era de la Desinformación es que cualquiera que crea algo puede encontrar respaldo para ello, independientemente de la ignorancia, el error o la veracidad, ya sea una teoría conspiratoria, la sociedad de la tierra plana, la supremacía blanca o los extraterrestres que visitan la tierra. Google suministra indistintamente tanto información como desinformación.
En países en todo el mundo, se está librando una batalla para seguir anclando la toma de decisiones políticas en la ciencia, la razón, las pruebas, los hechos, los valores democráticos y el humanismo.
La era de la desinformación es una época en la que la desinformación, la mentira y la ofuscación están en guerra contra la evidencia y la verdad, al tiempo que el poder y la codicia pretenden encontrar soluciones simplistas (y rentables para sus objetivos) a problemas complejos, sin mostrar la más mínima preocupación por los daños colaterales causados.
Las batallas informativas existentes entre la información veraz y la desinformación no están equilibradas. Insistir en que ambos bandos poseen un valor equivalente nos haría incurrir, como veremos más adelante, en una falsa equivalencia. Aunque pueden existir dos versiones de cada historia, cada una de ellas no siempre está igualmente respaldada por hechos constatables, fundamentada o merece ser considerada.
No todas las opiniones están fundamentadas o justificadas por igual. Algunas opiniones se forman a partir de información falsa, y esas opiniones no tienen el mismo valor que las que están correctamente formadas: es decir, las que se basan en argumentos racionales y pruebas.
El concepto de falsas equivalencias establece que, para cualquier cuestión, existen, al menos, dos opiniones igualmente válidas. Pero en la era de la desinformación, esta afirmación ya no se sostiene. Los bandos enfrentados no están equilibrados, ya que uno de ellos no sólo difunde desinformación, sino que desafía, abusa y ataca activamente a quienes están comprometidos con la verdad, las pruebas, los hechos y la lógica.
El negacionismo del cambio climático es un ejemplo de ello. Plantea que quienes creen en el vasto consenso científico no tienen fundamentos válidos para sus creencias. En un ejemplo supremo de falsas equivalencias, todas las opiniones valen lo mismo, pero una de ellas supera y triunfa sobre todas las demás. No todas las opiniones están fundamentadas o justificadas por igual. Algunas opiniones se forman a partir de información falsa, y esas opiniones no tienen el mismo valor que las que están correctamente formadas: es decir, las que se basan en argumentos racionales y pruebas. Por su parte, el bando de la desinformación insiste en invalidar cualquier opinión que no sea la suya.
Existe toda una variedad de información falsa, incorrecta, maliciosa o basada en la ignorancia en Internet, entre las más destacadas de ellas podemos encontrar: la mentira per se, la ignorancia propiamente dicha, la desinformación, la información incompleta o sesgada, la mala información y la información con lagunas que impiden la comprensión real de los hechos, con especial atención a dos formas de engaño informativo, el doxing y las fake news. La característica clave de la desinformación es la intención de engañar.
Mientras que en épocas anteriores cabría esperar que las mentiras no ganaran adeptos (con algunas excepciones, por ejemplo, el «no tuve relaciones sexuales con esa mujer» de Bill Clinton), uno de los logros de Trump en la era que paradigmáticamente él inaugura, es hacer de la mentira un sello distintivo de su estilo de liderazgo. Algunos de sus seguidores y los medios de comunicación que le apoyan pueden estar convencidos o ser indiferentes o cómplices de esas mentiras al considerar que él representa algunas de sus reivindicaciones fundamentales.
Carencia de conocimiento o comprensión, desconocimiento de un tema o hecho específico. Desgraciadamente, Donald Trump ofrece otro ejemplo claro: su falta de conocimiento de la Constitución y de cómo esta conforma la naturaleza de la democracia estadounidense, cómo funciona el gobierno, la separación de poderes o el papel de la Primera Enmienda parecen eludir su comprensión. Por desgracia, parece que hay muchas áreas de ignorancia entre la población estadounidense: civismo, historia de Estados Unidos, asuntos y líderes mundiales y geografía.
La difusión de información errónea o de mentiras con el objetivo deliberado de inducir a error. Los promotores de estas falsedades pueden ser gobiernos extranjeros, agencias gubernamentales, empresas o partidos, movimientos o candidatos políticos. Cabe distinguir las mentiras de la «verdadera desinformación». La desinformación verdadera está relacionada con el paltering y el doxing porque se suministra información precisa, pero la historia no es completa.
Proporcionar información incorrecta o inexacta. La diferencia entre la mala información y la desinformación es que la primera no tiene la intención de engañar. La información errónea puede tratarse sólo de un error, como equivocarse en la hora de una película, o un rumor falso, como los que aparecen con frecuencia en Facebook y otras redes sociales.
Información que se omite y que imposibilita la comprensión de los hechos y la toma de decisiones. Su ausencia puede deberse a la negligencia, a la incompetencia o al deseo de engañar; si procede del deseo de engañar, es desinformación. Por ejemplo, después de múltiples tiroteos masivos, la Asociación Nacional de Rifle y sus partidarios difunden un meme que afirma que, en Suiza, una de cada dos personas tiene armas de fuego y que tiene la tasa de criminalidad más baja del mundo. No mencionan que Suiza tiene un servicio militar obligatorio para todas las personas aptas (hombres y mujeres), que la formación en el uso de armas es obligatoria para todos los sus propietarios, Tampoco informan de que Suiza tiene una fuerte cultura de responsabilidad y seguridad en materia de armas que está arraigada en la sociedad y se transmite de generación en generación.
Se trata de un intento de engañar diciendo la verdad, pero no toda la verdad. El «paltering» está relacionado con la falta u omisión de información, pero al tratarse de una estratagema común en el mundo de la política, merece su propia categoría. Por ejemplo cuando Trump afirmó que no había habido ninguna declaración de culpabilidad en una demanda federal de 1973 que acusaba a la empresa de su familia de competencia desleal en materia de vivienda, estaba diciendo la verdad literal, pero lo hizo para sugerir falsamente que no había ningún reconocimiento legal de que la Corporación Trump hubiera incurrido en ninguna mala praxis en materia de vivienda, a pesar de que la conclusión de la demanda incluía estipulaciones para desagregar las propiedades de Trump.
Búsqueda y publicación de información privada o identificativa de un individuo o grupo en Internet, normalmente con intención maliciosa, como avergonzar, extorsionar, coaccionar o acosar. La publicación se hace en contra de su voluntad, y con frecuencia distorsiona deliberadamente el significado de esa información privada.
Otra forma habitual de desinformación, una modalidad de «periodismo amarillo» (noticias con titulares llamativos, pero con escasa o nula base real) consistente en desinformación deliberada, bulos o historias fraudulentas, difundidas en los medios de comunicación tradicionales, en noticias televisivas o en redes sociales. Las noticias falsas pueden diferir de la desinformación ordinaria, en el sentido de que sus autores plantean una narrativa con cierto grado de autonomía y completitud, como una teoría de la conspiración o un meme.
Los memes son conceptos o comportamientos que se propagan rápidamente de persona a persona y que incluyen creencias, modas, historias y frases. Las noticias falsas se publican con la intención de distorsionar o «engañar para perjudicar a un organismo, entidad o persona, y/o ganar financiera o políticamente».
Es imprescindible distinguir entre opinión y conocimiento, entre lo que podemos saber con certeza (o investigar o formarnos o adquirir la experiencia para tener ese conocimiento) y las opiniones que pueden o no ser susceptibles de convertirse en conocimiento. Debido a que no tenemos por qué y no podemos conocer todo, ni tan siquiera podemos disponer de recursos para dedicar tiempo a profundizar debidamente sobre determinadas materias, a menudo confiamos en el conocimiento de segunda mano que adquirimos de otros para ayudarnos a orientarnos en la vida, posiblemente originado en los consejos de los padres u otros allegados de referencia sobre qué fuentes utilizar para resolver un problema.
Este conocimiento de segunda mano se obtiene de las conocidas como autoridades cognitivas. Este «conocimiento» existe realmente como opinión en la mente del público, con diversos grados de certeza basados en el nivel de confianza y credibilidad depositado en sus autoridades cognitivas. Este conocimiento como fuente aumenta a medida que se confirma como digno de confianza. Pasa de ser mera opinión a tener cierta garantía respecto a la misma. Las personas, las instituciones informativas o los medios sociales pueden actuar como autoridades cognitivas, ya sean auténticas o falsas. El problema es que uno puede tener una gran certeza y confianza depositadas sobre sus autoridades cognitivas y, sin embargo, puede estar equivocado.
Estas opiniones (para nosotros que las oímos o vemos, aunque no para la autoridad cognitiva) pueden ser verdaderas, falsas o una cuestión de gustos: verdaderas, si uno puede realizar o hace la investigación para verificarla; falsas, si después de la investigación no se puede establecer como verdadera; o una cuestión de preferencias, si se basa en los gustos o preferencias de uno, no siendo ni verdadera ni falsa.
Un fenómeno muy relevante en materia de desinformación y polarización consiste en que los consumidores de fuentes de información pueden tender a suponer que sus opiniones son conocimientos cuando, en el mejor de los casos, son conocimientos de segunda mano o, en el peor, opiniones falsas.
La autoridad cognitiva está relacionada con conceptos tales como la credibilidad, la competencia y la fiabilidad. Posee un carácter continuo, existe en relación con una esfera de interés y en ella participan al menos dos personas.
Las autoridades cognitivas pueden ser amigos, colegas, compañeros, medios de comunicación, blogs de Internet, Twitter, canales de noticias, redes sociales, Otros actores que frecuentemente ejercen la función de autoridades cognitivas son los portales de noticias o medios de comunicación que representan diferentes posiciones dentro de un espectro político. En el terreno de los medios de comunicación, la medida de su credibilidad o fiabilidad está relacionada con la fidelidad de los usuarios. Cumpliéndose, desafortunadamente, tanto para las autoridades cognitivas legítimas como para las falsas o maliciosas. Una verdadera autoridad cognitiva presentará historias consistentes, cohesionadas y coherentes a lo largo del tiempo, con pocas incoherencias o regresiones.
Los medios pueden emitir afirmaciones como «opiniones auténticas», «opiniones falsas» u «opiniones preferentes». Existen como opiniones en la mente de los consumidores hasta que se verifiquen o no, o hasta que haya motivos para no necesitar su verificación. Dichas afirmaciones existen como opiniones en la mente del público hasta que se verifican o no, o si hay razones para que el público no intente verificarlas. Las personas a menudo recurrimos a la heurística para hacer frente a este tipo de información. Como señalan Forgas y Baumeister, «cuando estamos expuestos a información destacada, frecuente y, por tanto, fácil de recordar». Desgraciadamente, «estos atajos mentales exacerban la incapacidad humana de percibir el mundo como realmente es». El uso de estos atajos se produce en cualquier sujeto. Se refuerzan mediante el respaldo o la repetición a través de las redes sociales, los colegas, los compañeros, los líderes políticos y religiosos, los expertos en noticias, etc.
El público de los medios de comunicación puede absorber las opiniones proporcionadas como conocimiento de segunda mano. Este consumo regular puede dar lugar a una heurística, consistente en confiar en esta fuente, independientemente de su base real o de las pruebas. Este consumo puede equivaler a un sesgo de confirmación, a menos que el usuario pueda verificar las afirmaciones producidas en los hechos, las pruebas o la razón, o tenga motivos para aceptar el conocimiento de segunda mano sin buscar la verificación. En este último caso, los usuarios pueden conocer bien la información proporcionada y sus fuentes y aceptarla como un heurístico de tratamiento informativo. Desgraciadamente, lo mismo puede decirse de quienes se tragan la información falsa de una empresa, organización o partido político que pretende tener autoridad cognitiva. Como hemos señalado las personas podemos emplear heurísticos o atajos mentales para manejar la información. Desgraciadamente, estos atajos mentales exacerban la incapacidad humana de observar el mundo como realmente es.
Sin embargo, la determinación final de si una autoridad cognitiva es autentica o falsa no se basa en la fidelidad del usuario, sino en si su contenido publicado puede ser autentificado y verificado en última instancia.
Como los prejuicios, el resentimiento, la codicia, el poder u otras motivaciones, predisponen a los desinformados a abrazar y perpetuar la desinformación.
La repetición de información, sea o no verdadera, aumenta su credibilidad; esto es válido para los titulares de los periódicos, las declaraciones o los discursos. También se aplica a las plataformas de noticias, las redes sociales y a sus expertos, a sus usuarios, a sus compañeros, a su partido o perspectiva, a sus asociados o asociaciones y a sus líderes (incluidos los religiosos).
Las Burbujas o bucles de retroalimentación propagandística que refuerzan el contenido sesgado, fenómeno especialmente bien constatado en el entorno de los partidos de extrema derecha y su sustrato político y social.
El efecto Dunning-Kruger apunta a que las personas son poco críticas con sus propias capacidades y con su propia carencia de pensamiento crítico. En pocas palabras, las personas con una inteligencia deficiente carecen de la capacidad para reconocer su capacidad de pensamiento crítico deteriorada. Este efecto parece verificarse aún más en un estudio de De Keersmaecker y Roets (2017) en el que se indica que las primeras impresiones de las noticias falsas no pueden rectificarse demostrando que la información era incorrecta, especialmente en aquellas personas con capacidades cognitivas más bajas, quienes tienden a carecer de capacidad cognitiva para ser flexibles en sus actitudes. Incluso después de saber que la información original es incorrecta, tiene una influencia negativa persistente en sus percepciones sociales.
La agnotología es una técnica especializada para difundir información engañosa que consigue que las personas que buscan información duden más de las opiniones o de la información que ya poseen.
Todo ello combinado conduce a que, una vez asumida, la información falsa resulta difícil de rebatir.
Existen factores psicológicos que predisponen a los no informados, a los mal informados o a los desinformados a ignorar la información auténtica o a aceptar y perpetuar la desinformación y las noticias falsas.
La evasión de información es cualquier comportamiento destinado a impedir o retrasar la adquisición de información disponible pero potencialmente no deseada.
Las razones para la evitar determinada información suelen incluir alguno de los siguientes elementos: la información puede exigir un cambio en las propias creencias o una acción no deseada; de forma análoga la propia información o la decisión de adquirirla puede causar emociones desagradables o disminuir las emociones placenteras.
Existe una creciente literatura sobre la psicología social de la credulidad, resumida por Forgas y Baumeister.
La credulidad supone «un fallo de la inteligencia social en el que una persona es fácilmente engañada o manipulada para que realice una acción desacertada».
Puede darse en alguna de estas dos situaciones: «o bien las creencias de un individuo son manifiestamente inconsistentes con los hechos y la realidad, o bien las creencias de un individuo están en desacuerdo con las normas sociales sobre la realidad».
El fundamento psicológico de la credulidad «parece ser la capacidad humana universal de confiar, de aceptar la información de segunda mano que recibimos de otros como una representación de la realidad»
Forgas y Baumeister describen seis mecanismos psicológicos que predisponen al individuo hacia la credulidad.
Los autores clasifican en cinco categorías las técnicas de desinformación más novedosas en Manfredi Sánchez, Juan Luis, y María José Ufarte Ruiz. 2020. «Inteligencia artificial y periodismo: una herramienta contra la desinformación». Revista CIDOB d’Afers Internacionals, 49-72.
La primera sería la manipulación activa de los contenidos con un propósito predefinido. Por ejemplo, la celebración de un proceso electoral o el apoyo a un candidato como han mostrado los escándalos de Cambridge Analytica.
En estos casos, la desinformación no procede necesariamente de la difusión de datos falsos, sino de la violación de las políticas de privacidad y el manejo de datos privados por parte de la compañía tecnológica con el fin de erosionar la capacidad individual de elegir su propio menú informativo.
El segundo método es la manipulación pasiva. Esta consiste en el refuerzo de cámaras de resonancia y burbujas informativas.
Consiste en la utilización de los datos y la Inteligencia Artificial para la clasificación de personas en función de sus preferencias y gustos, así como de su estado emocional, lo que permite el diseño de campañas específicas para cada sujeto.
La tercera técnica es la falta de transparencia en el diseño y la gestión de los algoritmos.
«La desinformación opera aquí mediante la creación de verdades algorítmicas, que identifican correlaciones entre flujos de datos y resultados, pero no establecen una relación causal sólida.»
La cuarta novedad es la alta calidad de las falsificaciones audiovisuales, también conocidas como deepfakes.
La quinta técnica es el uso de la ficción para la construcción de comunidades imaginadas; ya sea a través de la Netflix u otras plataformas de comunicación, la difusión de contenidos bajo la etiqueta de «cine de no ficción», «basado en hechos reales» y otras etiquetas parecidas. La IA actúa como vehículo para identificar los gustos y las decisiones tomadas en el pasado para adivinar preferencias futuras. No se trata de un asunto menor en la construcción de un relato emocional que persigue la identificación de las audiencias con un banco de valores sociales determinado.
Para tratar de concienciar, a través del compromiso moral, a la ciudadanía y a los actores públicos de la importancia de luchar contra las falacias de la desinformación y las fake news, la organización Pro Truth Pledge ha elaborado un pliego al que adherirse para comprometerse con comportamientos cotidianos orientados a la veracidad y la salvaguarda los hechos y datos constatados. No sería un mal comienzo visitar el site y cumplir los compromisos que nos propone.
Para la redacción del presente artículo me he basado principalmente en el esquema planteado por Thomas Joseph Froehlich, en Ten Lessons for the Age of Disinformation, 2020. Dalkir, K. and Katz, R. (2020) Navigating Fake News, Alternative Facts, and Misinformation in a PostTruth World. IGI Global. El resto de la bibliografía consultada ha sido detallada en el texto.