Pese al acuerdo general a nivel teórico de que la actitud se entiende mejor como la disposición de una persona para responder favorable o desfavorablemente respecto a un objeto psicológico, persisten ciertas ambigüedades.
Quizás la más evidente es la falta de una distinción clara entre la evaluación general (o actitud) y el afecto.
Los primeros teóricos tendieron a usar el término afecto para denotar la valencia de una actitud, es decir, su grado general de favorabilidad, como se ilustra en la definición de actitud de Thurstone como afecto a favor o en contra de un objeto psicológico. Consistente con esta perspectiva, muchos psicólogos sociales han utilizado los términos afecto y evaluación de manera intercambiable (por ejemplo, Chen y Bargh, 1999; Fishbein y Ajzen, 1975; Murphy y Zajonc, 1993; Rosenberg, 1956). Sin embargo, en un desarrollo paralelo, los psicólogos de la personalidad y clínicos aplicaron el término afecto al estado de ánimo, la emoción y la activación (ver Giner-Sorolla, 1999; Schwarz y Clore, 1983, 1996).
Aunque pueda existir una confusión a nivel conceptual, un examen cuidadoso de las operacionalizaciones utilizadas en la investigación sobre actitudes revela que la mayoría de los investigadores evalúan las actitudes en términos de evaluación general en lugar de afecto. A los participantes en diversas investigaciones generalmente se les pide que etiqueten objetos psicológicos como buenos o malos (Bargh, Chaiken, Govender y Pratto, 1992), que los juzguen en términos de grado de satisfacción o disgusto (Murphy y Zajonc, 1993), que los califiquen en una serie de escalas bipolares de adjetivos, como deseable–indeseable y agradable–desagradable (Ajzen y Fishbein, 1970), o que indiquen cuánto apoyan o se oponen a una determinada política (Rosenberg, 1956). Incluso cuando se usa el término afecto para describir la respuesta actitudinal, en la práctica la dimensión evaluada es de naturaleza evaluativa en lugar de emocional.
Por otro lado, el afecto en el uso contemporáneo del término tiende a evaluarse mediante indicadores fisiológicos, listas de adjetivos de estado de ánimo o inventarios de emociones (ver Giner-Sorolla, 1999; Petty y Cacioppo, 1983). Para evitar confusiones, utilizamos el término actitud para referirnos a la evaluación de un objeto, concepto o comportamiento a lo largo de una dimensión de favorabilidad o desfavorabilidad, bueno o malo, gustar o disgustar. Ejemplos de respuestas que reflejan una actitud son la aprobación o desaprobación de una política, el gusto o disgusto hacia una persona o grupo de personas y los juicios sobre cualquier concepto en dimensiones como sabio–necio, agradable–desagradable, deseable–indeseable, bueno–malo o placentero–desagradable.
En contraste, y en línea con el uso contemporáneo más habitual, Fishbein y Ajzen reservan el término afecto para un sistema de respuesta separado con un componente somático caracterizado por algún grado de activación. El afecto incluye estados de ánimo generalizados sin un objeto de referencia definido (tristeza frente a felicidad) y emociones cualitativamente diferentes (por ejemplo, enojo, miedo, orgullo) con claras implicaciones evaluativas.
Esta visión del afecto se encuentra respaldada por investigaciones que muestran que, por regla general, las experiencias afectivas autorreportadas pueden describirse de forma sencilla mediante dos dimensiones relativamente independientes. Estas dimensiones consistentemente emergen como factores principales en diferentes culturas y formatos de respuesta.
Una dimensión representa la valencia (es decir, la agradable o desagradable del estado de ánimo o emoción), mientras que la otra representa la activación o arousal.
Aunque Fishbein y Ajzen hacen una clara distinción entre actitud (evaluación) y afecto, reconocen que las actitudes pueden verse influenciadas por estados de ánimo y emociones. Por lo tanto, el miedo a volar puede predisponer a una evaluación negativa de los aviones, independientemente de otros factores que influyan en esta actitud. En su opinión, la evaluación difiere del afecto, aunque el afecto puede influir en la evaluación general.